¡Solución
a corrupción e impunidad!
Por Luis A. CABAÑAS BASULTO*
Ante
el “monstruo” del inoperante aparato gubernamental que se ha ganado a pulso la
imagen de cómplice, tapadera y desprestigio frente a la corrupción e impunidad,
que ha ubicado a México entre los 10 países del mundo con mayores gastos en
seguridad, la única alternativa, la más viable, resulta equiparar los delitos
de corrupción a crimen organizado.
Para
ese efecto, el senador Luis Humberto Fernández Fuentes presentó un proyecto de
reformas al Código Penal Federal, la Ley Federal Contra la Delincuencia
Organizada y el Código Federal de Procedimientos Penales, turnado a las
Comisiones Unidas de Justicia; de Anticorrupción y Participación Ciudadana; y
de Estudios Legislativos.
Y
es que el país cuenta con un “breviario” nada envidiable sobre la podredumbre
que, sin embargo, tiene algo en común: La interactuación de actores privados y
servicios públicos que actúan en acuerdo y en organización.
Así,
incluye secuestro, narcotráfico, extorsión, desaparición forzada, soborno,
tráfico de influencias, cohecho, desvío de recursos, abuso de autoridad,
condicionamiento de servicios públicos, prevaricato, malversación, pago a
sobreprecios, compras innecesarias, retraso injustificado de pagos,
nombramientos basados en interés de grupos, uso indebido de información, proyectos
a solicitud de acuerdo del contratista, otorgamiento y mantenimiento de
concesiones para favorecer a privados, sentencias trucadas, incompetencias
pactadas, negligencia a modo, apropiación de bienes públicos, trampas en
elecciones, corrupción de jueces, perversión de justicia, fugas, etc.
El
Estado está vulnerado: Su capacidad para cumplir sus obligaciones
constitucionales está comprometida; no puede retener delincuentes de alta
peligrosidad ni garantizar el cumplimiento generalizado de los derechos humanos.
La seguridad de la gente y las actividades económicas reservadas para la nación
están dominadas por grupos delincuenciales.
México
está enfermo de corrupción e impunidad, elementos omnipresentes en la vida
cotidiana, desde la gestión de recursos básicos o apoyos sociales, contratos
multimillonarios de gobiernos, hasta el sistema financiero que ha servido en
muchos casos para “lavar” dinero.
La
gravedad del fenómeno es tal que, como señala la socióloga María Amparo Casar,
alcanza el nivel de norma social, de una creencia compartida de que usar un
cargo público para beneficiarse a sí mismo, a los familiares o amigos, es un
comportamiento generalizado, esperado y tolerado.
Estos
actos de corrupción no son de actores aislados, se desarrollan en una base de
redes que constituyen una industria integrada desde la planeación, operación,
manejo financiero y blindaje jurídico, hasta la cobertura política. La
ingeniería de la corrupción es compleja, sólida y funcional.
Además,
se potencializa con la interacción de dos vectores: El empleo del imperio del
Estado para la lucha y conservación del poder, y la apropiación de los bienes
públicos para generar condiciones ventajosas para los negocios, redes que
vulneran el Estado de Derecho, la democracia y el libre mercado.
La
fuerza del Estado está en su capacidad de salvaguardar el interés público y
limitar los intereses particulares o de grupo frente a los públicos y estatales,
pero el aparato para combatir la corrupción alimenta la impunidad y sólo es
funcional únicamente para el corrupto.
De
un Estado sin potencia para enfrentar la corrupción sólo podrá resultar la
nación de privilegiados y tierras baldías, un Estado de bandoleros. Es
necesario pensar una estrategia diferente.
El
esfuerzo en combatir el narcotráfico en una estrategia prohibicionista y
militar que cuestan vida y dolor, ha elevado los gastos en seguridad, aunque
México es el único país en cuya lucha no cuenta con armas nucleares,
portaaviones o conflicto exterior inminente.
Para
ilustrar el tamaño del problema, todos los recursos del narcotráfico caben en
un sólo segmento de la industria de la corrupción, cuyo “combustible que lo alimenta
son la complicidad, corrupción e impunidad.
Frente
a estas realidades, los esfuerzos son prácticamente inexistentes, mejor prueba
de ello es que a principios del 2015, el 60% de los mexicanos percibía aumento
en la corrupción, mientras el 36% lo consideraba el principal problema del
país.
Las
redes de corrupción y prácticas de impunidad generan desconfianza hacia los
responsables de sancionarlas. Conforme al barómetro global de la corrupción, el
80% de la gente la asocia a los servidores públicos, pero la respuesta es nula:
En los reportes de la Secretaría de la Función Pública, el número de
sancionados es ínfimo y se centra en operadores de bajo nivel.
Esto
lo propicia la falta de decisión y tolerancia, pero también un enfoque
equivocado, ya que es erróneo pensar que la corrupción y crimen organizado son
diferentes, cuando, en realidad, se trata de dos caras del mismo problema.
La
atrofia es tal, que la Función Pública, que debiera de ser órgano de control,
ni siquiera existe en la Ley Orgánica de la Administración Publica. Es decir,
es un órgano sin fundamento firme, mientras que el nuevo sistema que diseñó el
Congreso no ha empezado a funcionar.
¿Alguien
tendría el cinismo de decir que el problema no es de este tamaño? ¿Quién
defendería un aparato inoperante que se ha ganado a pulso la imagen de
cómplice, tapadera y desprestigio? Todo esto conlleva a una sola conclusión: Corrupción.
Lo
único cierto es que es más eficiente centrarse en combatirla la corrupción e
impunidad, que seguir tirando el dinero en una estrategia de seguridad torpe,
fallida, que sólo debilita al Estado frente a un problema tan grande y
generalizado, y con tantos fracasos en posturas.
Primero
hay que reconocer la gravedad del problema y considerarlo prioridad nacional.
El inicio es desmantelar las redes complicidad para que el Estado pueda ser
efectivo.
Segundo,
reconocer las reformas en materia de combate a la corrupción aprobadas en el
2015. Las reformas en transparencia representan el avance más importante en la
historia del país, además de constituir un mandato político y moral de no demorar
más en formular las leyes secundarias para hacer operativo el sistema diseñado.
Tercero,
la corrupción no opera en individuos, sino en redes, por lo que la propuesta es
equiparar los delitos de corrupción a crimen organizado. ¿Por qué? Existen 9
motivos:
1. Porque son grupos que
se ponen de acuerdo en delinquir, tal y como la Constitución define el crimen
organizado. Son organizaciones criminales, porque no delinquen una vez; su
operación es sistemática y permanente.
2. Esta idea es
consistente con los planteamientos de convicción de la ONU contra la
delincuencia transnacional, que define un grupo delictivo organizado en este
sentido.
3. Daría mayor fuerza
al Estado, a la nueva Fiscalía, y a todo el Sistema Anticorrupción.
4. Frente al incentivo
de la recompensa inmediata se genera el desincentivo de la posibilidad efectiva
de una sanción severa y posible.
5. Permitiría un cambio
de estrategia, enfocado en organizaciones criminales enquistadas en el aparato
público.
6. Obligaría a las
empresas a un mayor control y vigilancia más cercana de sus actos.
7. Es una acción
racional para la preservación y crecimiento del Estado.
8. Mostraría la semilla
de un pacto político para limitar las acciones criminales y antiéticas que
fortalezca la democracia y el tejido social.
9. ¿Qué otra alternativa
viable existe para atacar las redes de corrupción?
La
propuesta del senador Fernández Fuentes es conveniente, pertinente y armoniza
con el sistema jurídico, pues al considerar la corrupción como crimen
organizado se atacarían las “redes”, no sólo hechos aislados.
La
forma es sencilla: Reformar los artículos 164 y 122 del Código Penal Federal, y
adicionar una fracción VII al artículo 2 de la Ley Federal contra la
Delincuencia Organizada, lo que potencializaría a las instituciones y
desincentivaría la comisión de estos delitos.
Probablemente
la medida no resuelva el problema ni la falta de valentía y voluntad política de
enfrentarlo, pero ataca una de las aristas más dolorosas.
López
Velarde escribió en su sublime “Suave Patria” que ésta era impecable y
diamantina; pero hoy está maculada, sucia y oscura por la mugre de la
corrupción e impunidad que generan las redes de corrupción…, pero aún se le
puede dar lustre a la patria ¿Habrá voluntad política? ¡Ya lo veremos!
(Permitida
la copia, publicación o reproducción total o parcial de la columna con la cita
del nombre de su autor)
*Luis
Angel Cabañas Basulto, periodista yucateco residente de Chetumal, Quintana Roo,
con más de 38 años de trayectoria como reportero, jefe de información, editor y
jefe de redacción de diversos medios de información, también ha fungido como
Jefe de Información de dos gobernadores y tres presidentes municipales, y
publicado tres libros.
leg_na2003@yahoo.com.mx
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