En primera fila
¡Esquizofrenia
gubernamental!
Por Luis A. CABAÑAS BASULTO*
No
basta con tener fe en un eslogan para que el país se mueva en la dirección
correcta. La cultura cortesana de la “oposición”, gobierno y mayoría priísta
llenan de halagos y reconocimientos apegados a convenciones retóricas del
sexenio. Aplauden cualquier cosa y repiten con fervor histérico el evangelio oficial
de que México está “en movimiento”, que Peña Nieto tiene talla de estadista y
más expresiones de ese estilo.
Ese
reconocimiento es dogmático a los resultados del gobierno, ya que ninguno de
ellos concede al menos un guiño a la fúnebre realidad de la gran mayoría de los
mexicanos, sostiene el diputado de Movimiento Ciudadano, Francisco Alfonso
Durazo Montaño, ex secretario particular de Vicente Fox.
Para
cualquier priísta es increíble la versión de un país diezmado en gobernabilidad,
pero, para evitar un juicio partidario tan usual, basta evaluar resultados en
política interior en base a exclusivos indicadores internacionales reconocidos
en la materia, ajenos todos, por supuesto, a la información a modo e increíbles
historias de heroísmo que, con gran costo para el bolsillo de los mexicanos,
atribuyen apologistas al gobierno de Peña Nieto.
Por
ejemplo, el Índice de Paz Global 2014, del Instituto para la Economía y la Paz,
ubica a México en el lugar 138 de 162 países, por debajo de Ruanda, Irán y
Burundi. Lo grave es que del 2013 al 2014 pasó del lugar 134 al 138, es decir,
en sólo un año perdió cuatro lugares.
Por
su lado, el Indice Global de Democracia, de la organización austriaca del mismo
nombre, coloca a México como número 53 de 115 países evaluados, después de
Moldavia, Jamaica y El Salvador. Nuevamente, en un sólo año cayó seis
posiciones.
Según
Reporteros Sin Frontera, el país se ubica en 152 de 180 países que evaluó
Índice de Libertad de Prensa, para el cual el peligro y violencia del periodismo en
México es más grave que en naciones como El Congo, Etiopía y Palestina.
Para
el indicador de Freedom House, que evalúa el grado de libertades políticas y
cívicas, México es parcialmente libre. Nuevamente, lo más grave es que en el 2010
tenía valoración de libre.
No
nos detenemos en el tema de la seguridad pública, donde este gobierno ha
buscado equiparar el silencio comprado en algunos medios de comunicación, la
mayoría de ellos con el problema solucionado, aunque la Comisión Nacional de
Derechos Humanos informa que 11 entidades existen ya grupos de autodefensa, y
el Centro para el Monitoreo de Desplazamientos Internos por violencia estima
que 115 mil mexicanos abandonaron sus hogares en 2013 por razones de violencia.
Finalmente,
según la encuesta Pew Research Center, el 68 por ciento de los mexicanos
manifestó estar insatisfecho con la conducción del país, y al 47 por ciento
específicamente les parece muy malo el desempeño de Peña Nieto.
Tras
repasar estos indicadores exentos de maquillaje, se puede decir crudamente y
sin faltar a la verdad, que el país se encuentra en punto “muerto”, y que la
acción de este gobierno no pasa ni de “panzazo” el examen de la gran mayoría de
los mexicanos.
La
lógica política detrás de esos desesperanzadores resultados ha sido un
pragmatismo excluyente de la gran mayoría de los mexicanos de la acción política
del gobierno. Un pragmatismo ramplón que, despojado de toda sofisticación
intelectual, se reduce a una eficacia sin referentes éticos, sociales,
ideológicos e históricos, más sensible a las presiones de los poderosos que a
la demanda social.
Otra
explicación es que al gobierno lo ha secado la obsesión por quedar bien con los
dictados internacionales. La Presidencia, con patriotismo simulado, la han
reducido a institución instrumental para homogeneizar el marco jurídico
recomendado por los organismos internacionales, y las disque reformas estructurales
que, según propaganda oficial traerían, maná del cielo, ha resultado un fiasco.
Una
vez más, la Presidencia ha sido posicionada como eje del sistema político de
manera anacrónica y autoritaria hasta convertirla en espina dorsal del
subdesarrollo político del país.
Es
cierto que el autoritarismo está en la semilla del Estado, pero Peña Nieto lo
ha revivido en forma extrema, tal que ha convertido el ejercicio del poder
presidencial en despotismo institucional. De la escasa división de poderes ante
la alternancia, pasamos de la colindancia a la subordinación y, finalmente, a
la promiscuidad entre poderes, por ejemplo en Michoacán y Sonora, donde
chantajean a los gobernadores, mientras que al Estado de México simple y
sencillamente lo desestiman.
En
lo que va de esta Legislatura, el Congreso de la Unión, voz de una gran parte
de los legisladores, no ha sido sino el eco del Ejecutivo gracias al penoso
alcahuetismo de la mayoría de ellos ante el “señor presidente”.
Los
límites de la privacidad se redujeron en aras de una supuesta mayor seguridad;
el manoseo abierto o encubierto de todos los posibles contrapesos al presidencialismo
-léase IFAI, INE, Trife y demás de esa naturaleza- son ahora integrantes del
séquito e incapaces fuera de “línea”.
Basta
citar el silencio cómplice del IFAI ante la geolocalización y almacenamiento de
datos de usuarios de telefonía, y el del Ifetel que, con ese silencio de sus
consejeros, aprobó ser institución sin poder regulatorio, y para qué mencionar
al INE, del que se ha dicho en exceso: La degradación de la política y
políticos. El sistema es una de las realidades más preocupantes.
El
propio concepto de oposición está en crisis, y los procesos electorales siguen
siendo un cochinero. Mientras se criminaliza la protesta social, la impunidad
es santo y seña de los poderosos; al rol del Estado lo acotan grandes grupos
económicos que sólo van por lo suyo. El gobierno, acurrucado en sus brazos, los
trata como entes soberanos, como si fueran sujetos de derecho propio. De esta
forma, el Estado mexicano se ha convertido en un ente incapaz de proteger los
intereses sociales más elementales.
Producto
de ello, las fronteras entre pueblo y gobierno nunca habían sido tan notorias y
mucho menos tan herméticas, ni siquiera con Felipe Calderón ¡y vaya que es
mucho decir! Todas las encuestas demuestran que Peña Nieto y su gobierno están
re-pro-ba-dos.
Su
deterioro político es de tal dimensión, que ya ni los vendedores de encuestas
se atreven a salirle al frente, y los
voceros oficiales comienzan a matizar sus opiniones. Este es el saldo del
gobierno que informó de su segundo año de ejercicio y, dada la distancia entre
la visión oficial y la realidad, nunca antes habíamos vivido una etapa de
contradicciones, tales que podríamos calificar a éste como ¡un sexenio de
esquizofrenia gubernamental!
(Permitida la copia, publicación o
reproducción total o parcial de la columna con la cita del nombre de su autor)
*Luis Angel Cabañas Basulto,
periodista yucateco avecindado en Chetumal, Quintana Roo, con más de 36 años de
trayectoria como reportero, jefe de información, editor y jefe de redacción de
diversos medios de información, también ha fungido como Jefe de Información de
dos ex gobernadores y tres presidentes municipales, y publicado tres libros.
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